-100: el comienzo del final

-100: el comienzo del final

EL ANTES

Una tortilla. Otra más. Buena, mejor, peor, más cruda, esta está aceitosa, le falta sal, esta vez le sobra patata. Y al final, fregar dos veces la sartén para asegurar la huída definitiva de la grasa, escurrir el empacho, comprar patatas de nuevo. Adiós tortilla, por el mismo sitio por el que viniste, con una gloria etérea más allá de tu esfuerzo. Pero un día me cansé de que algo tan metódico, tan mágico en procesos, tan elaborado en los preliminares y tan gustoso al contacto con la saliva, acabara siempre en el contenedor de los recuerdos que se olvidan más pronto que tarde. Me tomo muy en serio hacer una tortilla de patatas. Me gustan, tal vez, más las de mi madre o mi padre, para qué mentirte. Pero mis tortillas tienen algo que otras no tienen: mi esfuerzo, el mío. No sé cocinar más allá de los básicos que uno acaba aprendiendo al entender que no puede vivir mucho tiempo de la comida rápida. Pero con las tortillas, de patatas por supuesto, me permito hacerme una excepción. Por 40 minutos me imagino cual chef aspirante a rey de los fogones en mitad de la prueba final, que curiosamente se juega a una sola carta, a un solo plato tan tradicional como singular. Todo lo demás da igual. Hacer una tortilla de patatas histórica es el único objetivo que importa. Observar los ojos de quien la prueba mientras da el primer bocado, el que no miente. El que pone o quita medallas. Ese es el momento que persigo con cada tortilla. Ese. Solo ese.

La realidad que percibía, yo y mis tortillas, era opuesta. Si esta sale mal, la próxima vez puedes hacer otra que tal vez sea mejor. Tal vez nadie se acuerde entonces, en realidad, y la comparativa sea totalmente anodina. O inexistente. Tal vez, tal vez. Y era precisamente ese  fantasma de la sustitución programada, de la evanescencia más absoluta, de la temporalidad más atemporal, el que ubicaba a cada una de mis tortillas de patatas al borde del precipicio más vertiginoso: el de la irrelevancia. Por eso un día tomé una decisión trascendental, de las que intuyes importantes porque mezclan con sabor agridulce euforia con tristeza: acabar con mis tortillas de patatas. Darles la despedida que merecen. Y hacerlo poco a poco, como disfrutando cada movimiento de mano a cual barco que parte para no regresar jamás. ¿Por qué? Porque yo quise darles, más allá de mí, la importancia que merecían, pero eso no lo conseguí haciéndolas una y otra vez. Solo había un camino para hacerlas saber únicas por quien las comía: que lo fueran en realidad, que fueran las últimas. Que se acabara con ellas el Álex que cocina tortillas de patatas. Que después de ellas, ya no hubiera nunca ni una sola más hecha con mis manos. Nunca más. Por eso les puse una cuenta final.

Este que lees es el primer post de esa cuenta atrás. 100. Mis últimas 100 tortillas de patatas. Las que pondrán el punto y final a una historia que comenzó no recuerdo cuándo, ni dónde, ni con quién. Lo que nunca olvidaré, ni yo ni las personas que me acompañen en este camino hacia la despedida, será la tortilla que comieron desde ahora conmigo y que verás, poco a poco, dentro de esta página. Las últimas 100 que cocinaré. Lo finito que se hará eterno. Las patatas que conquistarán por fin el espacio atemporal y mágico a la altura de mi intención. Lástima -o no- que para hacerlo tengan que desaparecer. Tal vez sea esta la más certera reflexión sobre el mundo actual que yo pueda regalar a nadie. Mi trozo de arte que se come.

La reflexión, cuidadosamente meditada, acabó una noche de diciembre de 2014 en un estreno extraño. Diferente. Como queriendo asegurarse de entrada un espacio en esta terna final: nunca antes tanto aceite hirviendo se me había escapado hasta el suelo, incluso después de ese tránsito peligroso desde la sartén hacia un cubículo que contenga su fogosidad. Como una metáfora del destino, esta tortilla -100 acabó derritiendo literalmente, en un santiamén, uno de esos contenedores circunstanciales que arrastraba de casa en casa y que en realidad nació simplemente para servir de habitáculo momentáneo a una Coca-Cola con hielo. Su plástico duro no pudo con el calor del aceite y acabó por convertir la cocina en un escenario escurridizo. Mi mujer, Staša, acabó pringándose las manos de entrada de los inicios de la misma tortilla que después acabaría en el plato. Curioso comienzo de una aventura única.

 

EL DURANTE

  • Ingredientes:
    • Patatas ecológicas (Tesco).
    • Aceite de oliva (LIDL).
    • 4 huevos de gallinas ‘camperas’ (Tesco).
    • Sal.
    • 4 dientes de ajo.
  • Proceso:
    1. Patatas cortadas en finas tiras de todo el ancho de la patata.
    2. Fritas 15 minutos aproximadamente.
    3. Mientras tanto, huevos batidos con sal. Añadidos después los 4 dientes de ajo, lavados pero sin pelar, enteros. Dejada reposar la mezcla a la espera de las patatas.
    4. Patatas fritas sacadas con cuidado de la sartén, directos al bol donde esperaba la mezcla. Removido para homogeneizar la nueva mezcla completa. En el proceso, el aceite se queda por error hirviendo en la sartén y adquiriendo una temperatura extrema, por lo que al ubicarlo en su recipiente posterior acaba por derretirlo.
    5. Limpieza de la cocina mientras la mezcla de patatas y huevos regresa a la sartén (con solo el sobrante mínimo de aceite).
    6. Cocinada 12 minutos aproximadamente a fuego lento, dada la vuelta usando un plato de tamaño exacto al minuto 10.

 

EL DESPUÉS

Ese día la tortilla compartió mesa con pa amb tomàquet y los restos de la pizza casera (cocinada por Staša) de ayer, y algo de vino. La tortilla sabía, realmente, a victoria. A resurgimiento. A historia tenebrosa que lucha por un gran final. Creo que es el mejor resumen después de un proceso culinario realmente intenso, que mezcló la propia elaboración del plato con la limpieza en directo de sus desvaríos. Un proceso doloroso. Porque, como no podía ser de otra forma, la primera de estas cien tenía que ser toda una lección a las restantes 99. Única e inolvidable. Irrepetible en mayúsculas. La de aquella noche, en nuestra casa en Londres, de esa Nochebuena de 2014 que nunca olvidaríamos. Para mí, la primera más allá de mi familia, porque cosas del destino siempre le di a esa noche de celebración religiosa una importancia nada coherente con mi agnosticismo. Sonaron villancicos, como oda a los tiempos pasados y recuerdos imborrables. Dando la bienvenida a un nuevo recuerdo permanente. El de la noche del 24 de diciembre de 2014. La noche de la tortilla que fue el principio del final.

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