-99: volver

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EL ANTES

Siempre genera una sensación confusa volver a España. Se entremezclan recuerdos con ilusiones, momentos con personas, reuniones con encuentros, pasado con, quién sabe, tal vez de nuevo futuro. Por más que uno huya, se aleje o simplemente prefiera, como es nuestro caso, mirarla temporalmente desde la distancia para respirar nuevos aires, no puede evitarse amarla tan profundamente como se le odia. Ver sus pros y sus contras, valorarlos una y otra vez, conversar sobre ellos con quienes comparten nostalgia, hartazgo y resentimiento a partes iguales, hasta anularse constantemente. Y es esa melodía interior la que siempre convierte en especial hacer las maletas con destino a nuestro ahora Sur, seleccionando solo unas cosas para dejar la mayoría, llevando a la consciencia algo que asumes tan rápido cuando te marchas que a veces se te olvida: tu casa es ahora otra, esa que te convierte en una suerte de apátrida al no ser tan tuya como habituabas a sentir, y ‘volver’ es solo de visita. Porque la estancia en la Península dura lo que dura, y para entonces de nuevo ya te esperan los sentimientos encontrados, embarullando tu ocasional armario con ruedas, ahora convertido en un revoltijo de ropa sucia y limpia que necesitan un descanso en su hogar, el real, el británico.

Vivir en el extranjero convierte el proceso de cocinar una tortilla siempre en comparativo: las patatas no son iguales, el aceite es peor, las sartenes no entienden lo mismo de huevos mezclados con cosas, y tantos y tantos minúsculos detalles, ciertos o no, acumulándose que te llevan España continuamente a la cabeza. Cuando acabas y está por fin lista te sientes raro. Es inevitable, a veces inesperado. A veces doloroso, otras simplemente curioso. La miras, te la comes a cuadrados, y te viene a la cabeza un recuerdo, dos, tres. Hasta que recuerdas que estás donde elegiste, y que eres feliz, por mucho que esas patatas que te miran anhelen haber nacido en tu tierra.

Tal vez por eso, y condicionados por toda esa visión de los siguientes días, ese sábado decidimos hacer una tortilla casi como el aperitivo de la breve visita a España que nos esperaba, en la que como siempre combinaríamos trabajo con algo de placer (es lo que tiene trabajar en tu propia empresa, para lo bueno y para lo malo), esta vez con intensos sabores gastronómicos. Lo cierto es que el plan era otro, pero los huevos asomaban en la nevera recordándonos que a nuestro regreso ya habrían perdido su magia. Así que, aún con la marcha cambiada por coger esta vez un avión por la tarde (y no aún de noche), me puse a combinar los elementos de forma metódica, como quien recibe un encargo inesperado pero con la autoexigencia de gustar y gustarse.

Marcharíamos hacia el aeropuerto después de acabar con esta -99 imprevista, pero la visión de un avión de todo menos intimo no frenó nuestras ganas de complementar la magia de la tortilla con un ingrediente de altura que tarda en olvidarse (en todos los sentidos, principalmente en el gusto): alioli casero, de una receta que tardamos casi un año en descubrir y que ya se llevaba casi más huevos de la nevera a la batidora que a la sartén. El toque adicional que le faltaba a la tortilla del día, cual limón a la paella, elemento tan combinable como conflictivo… si mejor sola o aderezada, fue un debate que dejamos esta vez aparcado.

EL DURANTE

  • Ingredientes:
    • Patatas ecológicas (Tesco).
    • Aceite de maíz (Mazola).
    • 4 huevos de gallinas ‘camperas’ (Tesco).
    • Sal.
    • 4 dientes de ajo.
  • Proceso:
    1. Patatas cortadas en finas tiras de todo el ancho de la patata.
    2. Fritas 18 minutos aproximadamente en aceite de girasol, por primera vez.
    3. Mientras tanto, huevos batidos con sal. Añadidos después los 4 dientes de ajo, lavados pero sin pelar, enteros. Dejada reposar la mezcla a la espera de las patatas.
    4. Patatas fritas sacadas con cuidado de la sartén, directos al bol donde esperaba la mezcla. Removido para homogeneizar la nueva mezcla completa.
    5. La mezcla de patatas y huevos se fríe en la sartén, con solo el aceite .
    6. Cocinada 12 minutos aproximadamente a fuego lento, dada la vuelta usando un plato de tamaño exacto al minuto 10.

EL DESPUÉS

Ese día comimos en la mesa de las comidas rápidas. Un batido natural acompañó al pan y al alioli, complementos que convirtieron esa tortilla en una despedida temporal de Londres realmente de altura. El aceite de maíz le daba un toque intenso e interesante, potenciado si cabe por la salsa, que acabó mayormente en la basura. La tortilla, en cambio, tuvo una vida breve casi al completo. Y al terminar, las maletas nos recordaban que teníamos que marchar hacia el país donde una tortilla se siente realmente en casa. Donde también nosotros nos sentimos así en su día, pero ese mismo sitio desde el que ahora, cada vez que bajamos, acabamos echando de menos las sensaciones de estar en esta isla en la que siempre hay nubes sobrevolando tu cabeza y 15 grados menos, pero en la que todo es apasionadamente diferente. Uno es un melancólico por naturaleza y, tal vez por eso, la única canción que canta decentemente es ‘Volver‘, que ese 25 de abril de 2015 vino a la mente rápido al terminar de comer, colándose por una rendija del subconsciente. Y con el tarareo y el acento de la versión de Calamaro, fregar los platos, poner a secar la sartén, con el sabor de la tortilla y el alioli, salir de casa al aeropuerto y, ya al bajar del avión dos horas y pico después, tomarte un caramelo de menta para que tu tierra, bajo el burlón mirar de las estrellas que con indiferencia te ven volver, al menos no huelan que les traicionaste por allá arriba. Con la frente marchita, sentir que es un soplo la vida, volver… pero lo justo para vivir con el alma aferrada a un recuerdo, ese que aún no te ve débil, ese que tal vez algún día sí te haga traerte de nuevo algo más que una breve maleta de mano. Porque ahora no es momento de volver, sino que irte es lo que te pide el cuerpo.

 

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